sábado, 19 de octubre de 2013

El Sueño



Dormía. Dormía como ella hace mucho no hacía. Yo la miraba. La miraba con tristeza, algo de rabia y mucha ilusión. Tomé la caja de cigarrillos que tenia en mi bolsillo. Pensé fumar uno. Repentinamente ella se movió con fuerza. Miré la caja de cigarrillos. Busque la caneca más cercana. Le acaricié la frente. Le toqué los labios. Puse mis manos en su cintura. Su cuerpo estaba cálido. ¿Cómo era posible que estuviera a mi lado, que pudiera tenerla pero que al contrario estuviera muy lejos de mi? ¿Cómo era posible que estuviera tan sumida en un sueño? ¿Cómo podía despertarla de su coma? ¿Cómo era posible que fuera tan diferente de despertarla por las mañanas? Su cara de dolor, su cara de creer comprenderlo todo mientras dormía, solo me hacia sufrir. Tenía esperanzas de que con un cambio todo fuera mejor. Yo sabia que no existía cambio que nos ayudara, lo único que nos podía salvar era estar juntos como siempre, sin excusas, no se necesitaba ningún cambio. Entonces apreté mis dientes tan fuerte como pude y me tendí a su lado. Olí su pelo. Olía tan bien como siempre. Ese olor que me hacia feliz. Que  me subía hasta el cielo. Ese olor que no puedo describir, pero que olía a inocencia, a amor y a maternidad. Pasé un buen tiempo pensando toda la falta que me hacia y que, aún así, ella parecía decidida a querer estar menos tiempo conmigo. Ella quería dormir. Me aseguré de que la puerta tuviera seguro puesto. No quería que ningún doctor entrara y me viera ocupando la camilla de una paciente.

Me sentía tan impotente. ¿Cómo podía ayudarla, o bueno, ayudarnos? ¿Cómo detener aquella tendencia suicida de ella de querer destruir todo lo que era nuestro? ¿Cómo decirle que no pretendía cambiar nada y que quería que todo fuera como siempre había sido? La abracé fuertemente, le prometí que iba a estar con ella hasta las últimas, que iba a sufrir lo que hubiera que sufrir para estar a su lado la mayor cantidad de tiempo. Pensé cual es esa maldita cualidad de los hombres de no darnos cuenta de lo que tenemos hasta que empezamos a perderlo. No pude contenerme. Lloré y finalmente caí dormido. Ahora lo que ocurrió a continuación no estoy seguro como sucedió ni se si fue real, pero yo lo viví, lo sentí y lo padecí.

Ahí estaba ella. No se donde estaba, era una pradera enorme. El pasto era blanco y el cielo gris. Su piel era morena, como era su piel. Estaba descalza. Tenia un largo vestido blanco que el viento acariciaba de oriente a occidente. Podía entrever sus hermosas piernas. Su pelo rizado seguía la misma dirección del viento. Estaba de espaldas. Traté de caminar hacia ella. Mis piernas pesaban. Era la culpa. Sabía bien que si ella estaba en ese estado era por mi culpa. Dolía dar pasos, pero tenia que darlos por ella. Paso tras paso, pensaba en todos los besos que nos habíamos dado. Pensaba en todas las veces que habíamos peleado. Paso y otro paso. Paso tras paso pensé en todas las distancias que había inventado para describir el largo de mi amor por ella. Paso tras paso recordaba de principio a fin la vida que habíamos compartido. Paso tras paso pensaba en el futuro que habíamos prometido compartir que cada vez parecía alejarse más. Entonces no pude avanzar mas. Intenté por todos los medios mover mis piernas, pero simplemente estaba atado al piso. Sonó aquello que nadie nunca ha escuchado antes, un sonido terrorífico, aquello que ningún animal, insecto o humano puede escuchar. El cielo se desprendió. Nube por nube se incrustó en el suelo. El vapor se volvió plomo, el cielo se oscureció y las estrellas aquella noche se escondieron tras el sueño de un amor herido. La mire. Estaba quieta. No había ya viento que le diera armonía a su pelo. Sentí un cosquilleo en mis pies. El suelo se volvió arena, se volvió polvo. Miré al frente asustado y la vi a ella. Tan cerca como la tuve aquellas silenciosas noches en que le prometí estar con ella por siempre. Entre en pánico. Nunca había estado tan hermosa. Sus ojos cafés resaltaban entre su castaño pelo de dos colores y el blanco de su vestido. Su boca se era tan hermosa como cuando la conocí, como cuando eramos jóvenes. Empezó a llorar, empezó a gritarme, a reclamarme pero yo no podía escuchar su voz. Sin embargo sabía exactamente lo que me estaba diciendo. Yo acepté que tenia la culpa. Ella guardó silencio. Recostó su cabeza contra mi unos segundos. Yo tomé su cadera y besé su cabeza. Entonces se separo de mi, me miro con ternura y me preguntó algo. Algo que logré adivinar con solo entender el movimiento de sus labios. Me dijo: "Desperté". Yo sonreí con ternura y le dije conteniendo con todas mis lagrimas: "No amor, cada vez estas mas dormida". A ella esto no pareció importarle y vi determinación en sus ojos aunque no demoré en distinguir el sufrimiento. Empezó a mover su boca, esta vez dijo mucho a lo que no pude responder porque no entendí nada de lo que dijo. Sin embargo, por su movimiento de manos logré entender que se quería separar de mi. Yo empecé a rogar como pude que no lo hiciera. Esta vez mi cuerpo se quedó quieto y mi voz se escondió para siempre, sin embargo, eso no me impidió intentar hablar.

"¿Es esto necesario? Yo no quiero que nada cambie. Te amo. Por favor no lo hagas, no lo destroces." fueron varias cosas de las que intenté decirle de uno u otro modo. Ella estaba determinada. Aunque sufría. Y Y entonces la luz se empezó a desvanecer. Ella de a poco, dejo de estar ahí. En cuestión de segundos no pude verla más. Oscuridad total. El ambiente se llenó del olor de su pelo. Me acurruqué en el suelo pues tuve miedo de perder el equilibrio. Las lagrimas empezaron a escurrirse de mis ojos, mientras intentaba entender lo que sucedía. Empecé a sentir dificultad para respirar. Empecé a toser, a inhalar con fuerza y rapidez. Empecé a sufrir. El oxigeno se acababa en aquella misteriosa habitación. Grite. Pedí perdón. Dije perdón tantas veces como me fue posible, después de todo era la palabra que mejor sabía usar. Le pedí perdón mil veces hasta que mis piernas se quedaron sin fuerza. Caí sin opción al piso. Sonreí porque a pesar de todo tenia que agradecer que hubiera aparecido en mi vida, que me hubiera llenado de felicidad y me hubiera ayudado a sentir amor. No quería que se fuera de mis manos, pero no podía hacer nada más. Mis ojos se cerraron aunque no quisiera. Aunque no viera nada, tener los ojos abiertos me daba esperanza. Pronto me resigne y le dije mis últimas palabras: "¿Así es como termina vida? Veamos como se derrumba el hermoso puente que construimos juntos. Sostén mi mano. No la dejes ir, solo espera a que ellas se suelten." Siempre fui un iluso.

Esa mañana la gente se despertó con una conmovedora escena. En una habitación de un hospital, el sufrimiento que padeció una pareja movió la ciudad entera. Cuando entraron los doctores encontraron una mujer tendida sobre el cuerpo de su novio. Tenía muchos cables en la mano. Lloraba desconsoladamente. Esa mañana aquella mujer no pudo soportar el sufrimiento, tomó la iniciativa y desconecto a su pareja. Ella diría que fue el amor de su vida. Yo hubiera preferido que no lo hiciera. Pero ella quería un cambio y yo no podía hacer nada al respecto. Seguro hubiera podido despertar si no quisiera tanto un cambio. Pero como dije, soy un iluso. Me sumergí tanto en mi sueño que llegué a pensar que la del coma era ella. ¡Ja! Que iluso. Soy un idiota.

martes, 16 de julio de 2013

Pensamientos de un Mediocre


Entre a mi cuarto. Desde luego, estaba aburrido. Tome mi guitarra y empecé a tocarla. Hice un recuento de aquellas canciones que me gustaba cantar. Las toqué y canté. Entonces me di cuenta que realmente no soy bueno cantando. Me sentí mal y bien al mismo tiempo. Decidí tocar aquellos solos de guitarra que alguna vez había aprendido. No me salían claramente. ¿Había perdido la práctica? No, simplemente nunca los había logrado tocar como se debía. Me esforcé y me di cuenta que realmente alguien normal no se percataría que no suenan como tienen que sonar. Sin embargo yo si. Y me molesta. ¿Cómo podía conformarme con que la gente no se diera cuenta si yo me estaba dando cuenta? Toda mi vida ha sido una pelea contra la mediocridad. Dudo que fuera falta de atención o algo así en mi niñez. Pero el deseo de destacar en algo me quemaba por dentro. Tampoco es fama lo que busco. Solo saber que tengo un talento que nadie más tiene, saber que soy bueno en algo. Sentirme especial. Pero no, aunque lucho por sobresalir, solo soy uno más. Uno mas de muchas y muchas manadas. Sirvo para todo, no soy bueno en nada. Y sabía que si me esforzaba podría llegar a sobresalir en algo. ¿Pero que es esta falta de voluntad? ¿Es que de verdad en vez de relajarme debería luchar por sobresalir en algo? ¿Todos tienen derecho a descansar verdad? Soy un mediocre, un soñador, un perdedor y un ganador al tiempo. Siempre tan cerca de la satisfacción. Siempre tan cerca de la frustración. ¿Cómo superar lo que creemos que somos? ¿Cómo diferenciar nuestros limites con la frustración y la satisfacción de la superioridad? ¿Porque lo anhelo tanto? ¿Porque siento necesario hacer algo que todo el mundo sea capaz de apreciar como mio? Algo hecho por mi, por nadie más y que todo el mundo lo note. ¿Porque tengo esta necesidad de reconocimiento? De que alguien me diga que está orgulloso de mi y que me diga que lo he hecho bien de corazón y no solo para hacerme sentir bien. No hay nada peor que ser felicitado cuando sientes que no has dado todo de ti y al mismo tiempo sabes que más no pudiste hacer. Sabes que caíste exhausto al hacerlo pero aún así no es suficiente para ti. ¿Que es más importante satisfacerte a ti mismo o a los demás? ¿Pero también que es más conveniente? Me siento joven y viejo para una vida en la que lo he perdido y ganado todo. ¿Podré responder esas preguntas algún día? ¿Podré estar orgulloso de mi mismo? ¿Podré quedar satisfecho con lo que soy? Al menos seré feliz. Si, soy un mediocre.

domingo, 14 de julio de 2013

Palabras Correctas



Siempre me aseguré de abrazarla fuerte. No importaba a donde fuéramos. Me hacia detrás de ella y la abrazaba lo más fuerte lo que podía. No importaba si le hacia más peso o si estaba incómoda. Tenia que asegurarme que era mía, que seria mía y que nunca se iría. Siempre la rodeé con mis brazos, acerque mi cabeza a su cuello y olía eso a lo que solo ella huele mientras hablábamos y yo la besaba.

¿Hice bien verdad Dios? De verdad la amé. De verdad la protegí. De verdad estuve ahí cuando me necesito. De verdad la hice reír. De verdad, de verdad y de verdad la hice feliz. Yo también fui feliz. Soy feliz. Aún no se si mañana voy a ser feliz. No quiero maldecirlo, pero probablemente. La abracé muchas veces. Es atrevido decirlo, pero seguramente muchas más veces de las que la besé. Necesitaba asegurarme que era mía. Necesitaba asegurarme que lo único que le daba valor a mi vida y que me hacia sentir seguro era real. La abracé y la abracé. Necesitaba tenerla. Necesito tenerla. Ojala estuviera en mi cama en este momento mientras escribo esto, así cuando la acabara la besaría en el cuello, olería eso a lo que solo ella huele y la abrazaría hasta mañana.

Sólo quería dedicar el resto de mi vida a ella, y para ser honestos, ella no se veía muy asustada por ello. Creí en lo nuestro. Tomé las riendas cuando lo necesitaba. Eran 3 nuestros hijos. Lorena, la mayor. Y la abracé de verdad. Como si abrazarla me asegurará que nunca se fuera a ir. Y aún así, aunque soy capaz de expresar lo que siento en este espacio, aveces no me alcanza para expresarselo a ella. ¿En que momento se fue de mis brazos? Yo la abracé todo el tiempo. Ahora corre muy cerca de mi. Lo mejor sera abrazarla nuevamente y evitar que se escape nuevamente. ¿Y si esta vez no quiere ser abrazada?

Te juro que la amé. Me hizo sentir como se siente un niño. Lo supe. Fue un viernes en la tarde mientras escuchábamos música y yo la abrazaba. Los niños son felices y no lo saben. Cuando creces pierdes ese sentimiento de felicidad y es allí donde te das cuenta, no importa si pasaste malos momentos en tu infancia, sea como sea, sea si eres rico o eres pobre, si no tienes piernas o si tienes cuatro, cuando eras niño eres feliz. Y si una mujer te hace sentir así, déjame decirte hombre: has amado, la amaste. Entonces porque dejas que de cuando en cuando se escape de mis brazos. Yo la amo. Yo la abrazo para que ella me ame. No dejes que se escape. Tu lo viste todo. No me abandones tu también. Yo la amo y ella eres tu.

miércoles, 23 de enero de 2013

Merecía una horrible y asquerosa noche llena de las más horribles pesadillas...

Tomó su celular y la llamó nuevamente. Entonces empezó aquel sonido que nublaba de suspenso su mente.
-Uno, dos... tres- contaba el numero de timbres antes de que la llamada se desviara al buzón de mensajes- ...cuatro-.
Buzón de mensajes. Había sonado cuatro veces. Las dos veces anteriores había sonado el mismo numero de veces. Sabía al menos que no le estaba colgando, por tanto deducía que tenia el teléfono lejos y por ello lo ignoraba. Se pregunto si llamarla una cuarta vez sería excesivo. Sonó cuatro veces y nada cambió. Dejó el teléfono en una mesa. Se sintió una vez más como no le gustaba sentirse. Derrotado por nadie. Solo por su estupidez y su orgullo. Él mismo era su peor enemigo. Él mismo se hacia sentir inseguro. Él mismo era el que la decepcionaba. Y solo podía preguntarse cuanto más iba a aguantar. Se preguntaba si podía ser así de por vida. Pensaba "¿Cuantas veces debo perdonar a mi hermano?... setenta veces siete". Se preguntaba si era cierto. En esto había prendido uno de esos cigarrillos que tanto odiaba y que cada vez repudiaba más y más. "Setenta veces siete.." prosiguió. Se imaginó que si de verdad se amaban esto debía ser cierto. Pero luego se dijo a sí mismo que no era justo. No era justo que ella sufriera de ese modo. Él también sufría de vez en cuando por ella, pero no podía soportar la sensación que le producía saber que ella estaba sufriendo por su culpa. Sabía que ella ya no contestaría esa noche. Esa mala costumbre que tienen los seres humanos de irse a dormir sabiendo que todo esta mal. Aunque al mismo tiempo es comprensible. Se tiró al piso frustrado. Chupó de su cigarrillo y lloró en silencio. No quería que nadie se enterara de su situación y le fueran a preguntar de forma desinteresada e imprudente que le sucedía. Acabo el cigarrillo. Se pasó la mano suavemente por sus ojos limpiando sus lagrimas. Cogió el resto de la caja de cigarrillos y la botó a la basura, al fin de cuentas a ella nunca le había gustado que fumara. Abrió el cajón de su mesita de noche ubicado al lado de su cama. Un dolor atravesó el lado izquierdo de su pecho. Se quejó en silencio. Una vez le hubo pasado, buscó en su mesa de noche una cajita negra. La cogió con ternura, mientras su mano derecha seguía sobándose el pecho. La abrió con delicadeza. Al ver aquel anillo no pudo evitar derramar unas cuantas lagrimas y soltar un pequeño alarido ahogado. Cerró el cajón y ubicó la cajita encima de la mesa de noche. La dejó abierta y mirando hacia la cama. Se quitó el pantalón, quitó las cobijas, apagó la luz y se acostó boca abajo mirando la cajita. Aún en la oscuridad brillaba. Empezó a llorar, en silencio. Entonces algo interrumpió su llanto. Otro dolor. Era como el anterior, solo que más intenso y en el brazo izquierdo. Se levantó alarmado. Recordó aquella vez que ella se quejaba de un dolor en su pecho y él le había contado que el corazón no dolía en el pecho sino en el brazo izquierdo.


Le dio risa. Pensó que era un idiota por pensar semejante cosa. Y luego pensó ¿Y qué si esta era su última noche? Esto lo estremeció por completo. Acelerado, puso su mano sobre su corazón. Lo sintió muy débil  De hecho, le costó mucho sentirlo. Se asustó, y en medio del pánico, trató de calmarse y pensar claramente. Seguramente por el susto que el mismo se había dado, su corazón se había visto afectado. No era doctor, pero esto tenía lógica para él. Así que creyó nuevamente que eran bobadas y se acostó a dormir. El dolor nuevamente atravesó desde su brazo hasta su pecho. Saltó del dolor y alarmado, puso su mano sobre su pecho. Esta vez no sintió ningún latido. Desesperado empezó a respirar fuertemente. Finalmente, tras un suspenso desagradable, sintió un pequeño golpecito dentro de sí mismo. Se levantó del pánico. Halo el dedo medio de su mano izquierda. Alguna vez había escuchado que ayudaba a prevenir infartos cardíacos. Y pensó nuevamente enserio: "¿Y qué si esta es mi última noche?".

Para ser claro, no pensó en su basta y hermosa familia que estaba llena de amor y se lo había dado todo para ser quien era. Tampoco pensó en sus amigos que por buenas o malas, habían hecho lo que el era, una personalidad explosiva pero finalmente distinguida que lo hacia único y lo hacia merecedor de ser llamado individuo. Tampoco en la música, su sueño frustrado. En todo lo que podía pensar era en ella. ¿Cómo iba a poder expresarle que la amaba tanto que quería pasar el resto de su vida a su lado? ¿Cómo iba a poder darle la gran disculpa que le debía por haberla decepcionado? Sencillamente no podía. Y sin embargo se sentía feliz. Se sentía feliz porque ella lo hacia feliz. Feliz porque ella era feliz. ¿Y se iba a ir sin siquiera darle las gracias? ¿Se iba a ir sin que ella supiera que de verdad lo sentía? Y sin embargo podía morir en paz. Porque la tenía. Porque la había tenido. Porque a pesar de todo, sentía que siempre la tendría. Pensó que si era su última noche, ella debía saber que antes de morir lo único que le importaba era ella. Sin embargo su dolor incrementaba. Se sentía mareado. Sin fuerzas para seguir de pie. Se acostó agotado. Estaba rendido. Era ya tarde, el día había sido pesado y se sentía pésimo. Puso su mano sobre su corazón. Sentía latidos muy irregulares. No tenía fuerzas ni de llorar. Alguna vez lo había intrigado el porqué los humanos estaban tan seguros de que el sol salía todos los días. Irónicamente para él, el sol no volvería a salir. De haber sabido que iba a morir habría aprovechado su último atardecer. Tal vez habría tomado algunas fotos desde aquella ventana por la cual siempre retrataba el ocaso. Recordó aquel sol que había visto hace poco justo encima del mar... El mar... El mar le recordaba el color que al tanto le gustaba ver en las uñas de ella... Sus uñas... Entonces ahí se dio cuenta. Abrió una vez más sus ojos. Miró sus uñas. Se dio cuenta que nunca las había podido dejar de morder. Levanto su dedo indice. Alzó su mano y con todas las fuerzas que le quedaban rayó con su uña la pared que tenía al lado. Escribió: "Te Amo". Dejó caer su mano. Durmió tan profundo como nunca había dormido en toda su vida. Tan profundo que fue cuarenta y siete horas después que se supo que no despertaría nunca jamás.